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Lic. Romina Juárez

A través de los diferentes procesos de Orientación Vocacional (O.V.), hemos advertido ciertas sintomatologías vocacionales-emocionales que interfieren en el proceso de elección y cursado de las carreras profesionales en los jóvenes.

Entendemos por sintomatologías aquellas que están conformadas por estados de apatía, desmotivación y desinterés en general. Nos referimos a grandes dificultades motivacionales y a la escasa perseverancia en los proyectos, propiciando un estado de insatisfacción en donde las elecciones vocacionales se vuelven frágiles y endebles. Hablamos de temores y conductas fóbicas que obstaculizan tanto la vida académica como los aprendizajes, de hiperexigencia y miedo al fracaso.

Aquí surge la necesidad de ampliar la mirada, notando la importancia que tiene el rol de la familia en esta etapa de decisión vocacional-profesional. Si bien es el adolescente quien debe optar por una carrera o vocación, este es un momento a través del cual se evidencia y, en ocasiones, hasta interfiere el modelo de “autoridad” existente dentro de cada familia.

Cuando la actitud de los padres no favorece el tránsito exitoso por la etapa edípica para así acceder al tercer tiempo de dicha problemática, en donde comienzan a identificarse con los valores paternos que establecen los parámetros de “ley”, se confirma y refuerza el lugar de rivalidad propio de la segunda etapa edípica, corriendo el riesgo de que los hijos queden atrapados en el mundo materno.

La falta de valorización de las figuras parentales se traslada al mundo externo, de las carreras y las ocupaciones, teniendo como premisa “nada me resulta lo suficientemente interesante”. Mientras que en el mundo interior se desvalorizan los propios gustos e intereses que no logran ser jerarquizados por ellos mismos, sino que por el contrario “todo les da igual”.

Este lugar de paridad y simetría con los adultos, coloca a los jóvenes en un lugar de extrema auto exigencia a la hora de elegir una carrera vocacional, donde la grandiosidad del “yo ideal” domina los procesos de elección, el cual surge de un pobre proceso de aceptación e identificación con el límite paterno.

La simetría es un posicionamiento imaginario en un plano de igualdad, de mimetización e indiscriminación con el lugar del adulto. Es transmitida inconscientemente por los padres a partir de su propia orfandad, confirmada y reafirmada muchas veces sin tener conciencia de ello, a través de múltiples gestos y actitudes cotidianas de los adultos, como por ejemplo: el exceso de protagonismo y de explicaciones, la falta de límites, el enfrentamiento con ellos de igual a igual, la búsqueda de apoyo emocional y confirmación permanente de sus decisiones.

De este modo, los jóvenes asumen problemáticas ajenas, y a pesar de la distancia que imponen y la desconexión emocional, no logran separarse de las figuras parentales como para poder conectarse con sus propios deseos, identificar sus intereses, organizar y sostener sus propios proyectos.

Esta posición de “grandes dentro de casa” les otorga una imagen distorsionada acerca de sus verdaderas posibilidades, sintiéndose desprotegidos e inseguros en el mundo del afuera, que rápidamente los desmotiva y les impide sostener sus objetivos. Cuanto más grande son en la casa, más pequeños e inseguros se sienten en el mundo del afuera.

La falta de límites y jerarquías débilmente internalizadas se traducen en un deterioro de sus funciones lógicas, que le dificultan la comprensión y el manejo de las categorías abstractas propias de los estudios superiores.

La posición de simetría es una de las variables que influyen negativamente en las condiciones de educabilidad de los niños y jóvenes de la posmodernidad. Por tal motivo, la familia, los tipos de estructuración y organización que presenta, y las dificultades por las que atraviesa para desarrollar un contexto saludable, en la actualidad, es motivo de reflexión desde las diferentes miradas multidisciplinarias.

Por lo anterior, la O.V. requiere mucho más que el empleo de técnicas tradicionales, ya que éstas constituyen una respuesta fallida a todo un conjunto de cambios familiares, socio-estructurales, históricos, políticos, económicos y culturales; por lo que debemos ser capaces de abordar la problemática a través de un enfoque dinámico y sistémico.

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